01/10/2015
Si bien existen algunos factores genéticos que pueden contribuir, la obesidad parece ser, en la mayor medida, sólo una consecuencia de los estilos de vida que presentan actualmente las sociedades occidentales en las que predomina la cultura del sedentarismo. Ello en parte es debido al creciente confort que minimiza tanto los tiempos de traslado ambulatorio por el uso del automóvil y otros medios de locomoción, como también los destinados a las compras del hogar, por la existencia de supermercados y shoppings que ofertan en un mismo lugar todo lo necesario para el abastecimiento familiar, incluyendo el envío de la mercadería. Naturalmente, este ahorro de tiempo y de esfuerzo se resta de la actividad física que antaño debía aplicarse para obtener los mismos insumos. Algo similar sucede, en el seno del hogar, donde la automatización resultante de los aparatos electrodomésticos hacen mínimo el gasto de energía aplicado en la limpieza y la preparación de la comida. A ello se suma un agravante: la aceptación creciente de menús inadecuados por la proliferación de negocios de comidas rápidas que remiten sus productos a domicilio y agregan una reducción importante al tiempo y esfuerzo que insumía antaño la selección, compra, preparación y cocción de los alimentos. La introducción de la televisión y la computadora, más la minimización motriz antes aplicada a las labores físicas, absorbe gran parte del tiempo remanente, que adquiere proporciones crecientes en la medida que sube el nivel económico de esa sociedad. Todo ello a expensas del gasto energético que debería aplicarse. Tanto el hombre como la mujer de hoy solamente gastan alrededor del 20 % de las calorías que demandaban a nuestros abuelos hacer las mismas tareas.
La industria invierte cantidades cada vez mayores en desarrollar y promover alimentos cada vez más calóricos, a los que apoya con campañas publicitarias que asocian su consumo con situaciones placenteras. Estos alimentos son consumidos no solamente durante las comidas, sino también en cines, paseos, reuniones, en las horas de descanso, incluso mientras se maneja el automóvil. Esta distorsión alimentaria sólo puede conducir a incrementar el desbalance nutricional. Parece innecesario afirmar que, junto al alimento en sí, se consume además una multitud de sustancias sintéticas peligrosas –inclusive tóxicas- tales como: conservantes, colorantes artificiales, emulsionantes, edulcorantes, turbidizantes, espesantes, estabilizadores de color, odorizantes, saborizantes, etc., lejos del verdadero placer que brinda la Naturaleza al ofrecer su vasto concierto de olores, colores y sabores de los alimentos frescos y naturales.
Pero el hombre no ha salido indemne de este supuesto confort y estilo de vida. En efecto, según la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios, SAOTA, la Argentina es ubicada en los primeros lugares entre los países de América Latina con problemas de peso, ya que presenta alrededor del 57,8 % de su población con sobrepeso, en tanto que alrededor del 15 % padece obesidad. Estas cifras, ya de por sí alarmantes, parecen portar una tendencia a incrementarse y no a decrecer. Por otra parte, existe una correlación directa entre el desarrollo social y la aparición de tales problemas, por lo que debe esperarse, de no mediar un cambio de conducta, un aumento futuro de estos registros en la medida que Argentina alcance una mayor evolución económica. En tono risueño, la máxima que exponemos a continuación ilustra, ejemplificando, la conducta predominante que sigue el hombre actual.
El hombre invierte los primeros cuarenta años de su vida tratándose de enfermar, en tanto que los restantes años los gasta tratándose de curar. Anónimo
Una persona engorda cuando las calorías que ingiere durante el día son mayores a las que gasta en la suma de las actividades físicas realizadas en el mismo período. De ello se extraen dos únicas posibilidades para ganar peso: que las calorías de la ingesta sean mayores que las gastadas, o que el gasto energético invertido en las actividades físicas realizadas se ubique bastante por debajo del nivel de calorías que se ingieren, aunque éstas sean las supuestamente adecuadas. El equilibrio entre las calorías consumidas y las calorías gastadas se llama balance energético y es el que determina hacia donde se inclina el resultado final: hacia el incremento, que conduce inexorablemente al sobrepeso y a la obesidad; a la estabilidad, o, por el contrario, a la reducción de las grasas acumuladas en el organismo y a adelgazar.
Las formas de vida sedentarias; los hábitos alimentarios familiares inadecuados; ciertos factores genéticos hereditarios –aunque intervienen muy pocos–; la educación y formación de los componentes del hogar; los mecanismos psicológicos de autocomplacencia; la predilección por las comidas rápidas (comidas chatarra); el comer permanentemente fuera de casa, hecho impelido por las formas de vida laboral urbana; el gusto y la gratificación inducida de los dulces; la inclinación a ingerir alimentos con elevado contenido graso; las formas de cocción de los alimentos (con predominio de frituras), el consumo elevado de alcohol, una administración inadecuada del estrés, son algunas de las causas que influyen en la ganancia excesiva de peso. Muchos de estos factores se podrían considerar formando parte de un ambiente obesogénico; esto es, cuando existe una concurrencia de factores culturales y psicológicos que propician la aparición del sobrepeso y la obesidad.
Del balance energético se extrae como conclusión la importancia que reviste la actividad física en el tratamiento de la obesidad. La adopción de una vida sedentaria obliga simétricamente a una reducción significativa de las calorías a ingerir, dado que de otra forma fatalmente conducirá al sobrepeso. Pero esta reducción no siempre es practicable sin caer en la sub-alimentación o en la carencia inducida de determinados nutrientes, hecho que podría agravar un cuadro clínico de por sí complejo.
Pero como existe una cierta inercia en los hábitos de alimentación, las restricciones en la cantidad, con una modificación simultánea en la calidad de los alimentos, serán percibidas por ciertas personas como un hecho penoso, que en gran proporción conduce al abandono de las nuevas dietas saludables. En ello colabora, como se ha dicho, el sedentarismo creado por la automatización, característico de las formas actuales de vida, así como el incremento de la tendencia a la auto-gratificación compensatoria que se verifica cuando estamos sometidos a presiones. El estrés del cambio, motorizado por la tensión evidente entre la necesidad percibida de bajar de peso y el esfuerzo que está involucrado para lograrlo, resulta generalmente mayor que unos beneficios que sólo serán palpables a través de un proceso y no en lo inmediato, causal de muchos abandonos de los regímenes dietarios.
Por ello, la conducta aplicada en la consecución de los objetivos de reducción de peso será de vital importancia, porque sin una concientización previa acerca de la existencia del problema y de sus riesgos, no habrá forma de adherirse voluntariamente a las nuevas normas y formas de alimentación, y al programa de actividades físicas que involucra. Recuerde:
Un esfuerzo a medias es ya un fracaso a medias.
Es necesario asumir que no existen pastillas, dietas milagrosas ni aparatos de gimnasia que puedan obtener resultados que sean sostenibles en el tiempo, sino se deberá poner en juego simultáneamente iguales dosis de tenacidad e inteligencia para que pueda adoptarse un nuevo estilo de vida mucho más saludable, no sólo por razones de estética personal, sino fundamentalmente por la prevención de las patologías que están involucradas y que derivan del sobrepeso o la obesidad.
Para cuantificar la magnitud del sobrepeso corporal y determinar cuál sería el que se podría considerar como peso saludable se debe utilizar un sencillo modo de cálculo según la OMS: “la relación que existe entre el peso de una persona, dividido el cuadrado de su altura”. De esta forma se relacionan dos magnitudes: el peso en sí, que como valor absoluto no esclarece demasiado, y la altura. El valor hallado de este modo se denomina Índice de Masa Corporal (IMC) y resulta la forma de calcular científicamente tanto el peso normal, el sobrepeso y la adiposis. Por ejemplo: si el peso hallado en un individuo es de 66,5 Kg y la talla es de 1,74 m, el cálculo sería:
IMC = 65,5 Kg : (1,742) = 21,96
De estas relaciones se establecen algunos índices que se consideran como indicativos del grado de dispersión que presentan respecto de los valores que se consideran como peso saludable:
Hasta 18,4 peso insuficiente
De 18,5 a 24,9 peso normal o saludable
De 25,0 a 29,9 sobrepeso
De 30,0 a 34,9 obesidad leve
De 35,0 a 39,9 obesidad moderada
Más de 40,0 obesidad grave
Además de este IMC, también resulta decisiva la distribución corporal del tejido adiposo. Así, existen dos grandes grupos que se corresponden tipológicamente –pero con ciertas restricciones– al sexo masculino y al femenino. Cuando la acumulación de grasa se produce en el abdomen (abdomen grasoso) o tipo manzana, por sobre el ombligo, corresponde a un tipo androide; es decir, una forma de acumulación típicamente masculina, aunque no excluyentemente.
Por el contrario, si la acumulación se localiza mayormente debajo del ombligo y en las caderas o tipo pera, se trata de una adiposis clásicamente femenina o tipo ginoide.
Si bien ambos depósitos grasos resultan igualmente peligrosos, el tipo androide o manzana tiene un perfil de riesgo mayor, porque favorece o exacerba factores patológicos concomitantemente vinculados. La acumulación de grasa en el vientre se diferencia netamente de los otros depósitos de grasa corporal porque contiene un mayor número de células por unidad de volumen; una mayor cantidad de receptores de cortisona y hormonas masculinas (andrógenos); y una mayor desintegración de grasa por la acción inducida de la hormona vinculada al estrés: la catecolamina.
En el tipo ginoide o pera, con la localización de grasa ubicada principalmente por debajo del ombligo y en las caderas, y que en el caso de las mujeres suelen asociar solamente a problemas estéticos, resulta mucho más problemático para poder ejercer una acción correctiva fuera del cambio de los hábitos alimentarios y la práctica de actividades físicas. Este tipo de acumulación se vincula con la función primaria de la mujer: la procreación, para la cual el cuerpo prepara una protección adicional para el feto, acumulando en la región del útero y caderas depósitos grasos para la absorción de golpes o traumatismos que pudieran ocurrir durante el desarrollo del embarazo y que podrían llegar a comprometerlo.
Una forma sencilla de referencia para calcular el depósito de grasa del vientre es tomando la medida del contorno en el abdomen. Si el perímetro de un individuo mide más de 94 cm, el riesgo de aparición de alguna enfermedad metabólica aumenta considerablemente respecto de alguien que posea un contorno normal, que debe ser inferior a esa cifra. Si la medida del perímetro fuese superior a los 102 cm., dicho riesgo crece aún más hasta constituir un cuadro preocupante. En el caso de una distribución exclusivamente de grasa tipo androide, una forma de evaluación rápida la constituye la relación entre la talla y el contorno de las caderas, que no debe ser jamás superior a 0,85 en las mujeres y 1,00 en los hombres.
Según recientes investigaciones, el exceso de peso genera, en relación directa, un déficit significativo de sustancias antioxidantes, tales como las vitaminas C, E y A, así como también de vitaminas del grupo B. Este déficit se extiende a varios minerales, como el Zinc, el Manganeso, el Cobre, el Magnesio, el Cobalto, el Selenio, el Cromo, el Germanio, el Vanadio y el Hierro, muchos de éstos participantes de la composición de enzimas y otros compuestos fundamentales para el organismo.
De esta forma, estas deficiencias de nutrientes parecen concluir que, independientemente de la cantidad ingerida de estas valiosas sustancias, que se presupone –aunque a veces se supone mal– que el individuo obeso consume en gran cantidad, en el organismo suceden fenómenos metabólicos que interfieren su absorción correcta, aumentando el nivel de riesgo global por el deterioro de su sistema inmunológico, un deterioro que, según los especialistas, los hace más vulnerables al cáncer, a las enfermedades infecciosas, a la diabetes, a la osteoporosis, a la arteriosclerosis, a la ateroesclerosis y, en consecuencia, a los accidentes vasculares.
Los fenómenos de oxidación celular se producen cuando determinadas sustancias muy reactivas que carecen de un electrón (como el ión hidroperoxilo, el óxido nítrico, el superóxido, el hidroxilo, el dióxido de nitrógeno, el oxígeno, etc.), se producen en el interior de las células atacando a las membranas, alteran la química de las mitocondrias, así como también dañan a los ácidos nucleicos (ADN, ARN) modificando su estructura química en busca del electrón faltante. Estas sustancias oxidantes, denominadas comúnmente radicales libres, por lo general son neutralizadas en un organismo sano por la acción de los antioxidantes y otros componentes del sistema inmunitario (que le ceden el electrón que les falta y las neutraliza), como las ya mencionadas vitaminas C, E, A y los minerales Zinc, Selenio y Germanio. Pero si el cuerpo tiene un déficit de estas sustancias, ya sea por mala absorción o por déficit en la ingesta, los fenómenos de oxidación celular se exacerban provocando una auténtica reacción en cadena, porque un radical libre produce otros radicales libres, resultando en una vulnerabilidad orgánica mayor, dado que los ácidos nucleicos modificados por los radicales libres tienden a formar una nueva estirpe de células que no podrán ser neutralizadas por un sistema inmunológico menguado, generando patologías de gran severidad, como el cáncer, por ejemplo. Otros fenómenos de oxidación ocurren en casi todos los órganos del cuerpo, provocando daños irreversibles en los mismos, como sucede, por ejemplo, en el páncreas, pulmones, cerebro o en el hígado. Hoy se cree que los radicales libres son los responsables de más del 90 % de las enfermedades que padece el ser humano.
Por otra parte, las grasas ingeridas en los alimentos son oxidadas con mayor rapidez y cantidad cuanto mayor sea la cantidad de radicales libres existentes. Estas grasas oxidadas, producto de peroxidación lipídica de las LDL, principalmente, adquieren la forma de grumos pegajosos, y concurren a formar depósitos en las arterias, generando obstrucciones o ateromas, aumentando la probabilidad de accidentes cardiovasculares.
También, y debido a la actividad hormonal alterada, las personas con sobrepeso necesitan mayor cantidad de antioxidantes que los individuos que carecen de ese problema. Los estudios demuestran, además, que el exceso de peso aumenta la generación de estrógenos y reduce la de testosterona, una combinación sumamente peligrosa que, en el caso de las mujeres, se considera un factor desencadenante de ciertos cánceres en su aparato reproductor.
La formulación de dietas adecuadas para combatir el sobrepeso debería ser materia exclusiva de especialistas profesionales, los que ajustarán a cada paciente el tipo y cantidad de principios nutritivos que debe ingerir. No existen, por consiguiente, dietas tipo o promedio que puedan ser adoptadas por todos. De allí las falacias que proponen ciertas revistas de moda o la televisión, las que ofrecen multitud de soluciones mágicas para la reducción de peso, independientemente de las características individuales del afectado. Aunque en su mayor parte inocuas, estas prácticas sólo pueden conducir al fracaso y al agravamiento del cuadro psicológico que deriva de la no-obtención de resultados, muchas veces conducentes a imperdonables retrasos en la celeridad con la que se debe enfrentar este problema. Por otra parte, su proliferación sustrae progresivamente el tratamiento del sobrepeso y la obesidad de la esfera de los médicos, circunstancia que ha hecho ingresar la acción del paciente en el peligroso terreno de la automedicación y a la creencia creciente en dietas-milagro, de pastillas o de sobres efervescentes que ofertan soluciones inmediatas concentradas.
Aunque en su mayor parte inservibles en la obtención de resultados, muestran, sin embargo, un aspecto que se podría considerar positivo si no fueran de por sí tan peligrosas: el desnudar el problema creciente del sobrepeso que ya adquiere características pandémicas en casi todas las sociedades opulentas.
–“Todos los obesos y las personas con tendencia a engordar comen mal; pero no todos los que comen mal aumentan de peso, lo cual demuestra que el régimen alimenticio no es todo”. Dr. Dominique Rueff (France):
Es por ello, que sólo se pueden dar algunas indicaciones físicas y dietarias generales acerca de cuales factores deben tenerse en cuenta para adoptar nuevas formas de vida sana, entendiendo que la formulación de las dietas respectivas es, en cada caso, de competencia profesional.
Los ejercicios con aparatos son interesantes como un complemento a la actividad física que se adopte, aunque debe recordarse que para el cuerpo resulta indiferente si los ejercicios se realizan con artefactos altamente sofisticados electrónicos o con pesos simples, como una pila de ladrillos.
COMO DEBE SER LA DIETA
FORMAS DE COCCIÓN DE LOS ALIMENTOS
Uno de los problemas más extendidos, tanto en la vajilla para la cocción de los alimentos, en las aguas de bebida, o inclusive en los productos cosméticos y medicamentos de venta libre (desodorantes, antitranspirantes, champúes, antiácidos, antidiarreicos), es el Aluminio. Este metal, en base a investigaciones recientes, está fuertemente sospechado de tener vinculación estrecha con severas patologías cerebrales, como el mal de Alzheimer, e inclusive con otras lesiones neurológicas muy serias. En consecuencia, no utilice ollas, cacerolas y sartenes, ni ningún recipiente destinado a la cocción de alimentos que sea de ese metal. Reemplácelos por utensilios con recubrimientos de teflón, enlozados, de cobre, hierro o acero inoxidable. No utilice agua para beber ni para la cocción que provenga de los servicios de red domiciliaria, en la cual interviene el Aluminio en su proceso de depuración. Esto se debe hacer extensivo a los jugos concentrados, dietéticos o no, a los cuales se los diluye con agua corriente, y a las sodas (sifones); bebidas preparadas embotelladas (tipo colas o de frutas) gasificadas o no; aguas mineralizadas –no minerales verdaderas- que también utilizan agua de los servicios de red domiciliaria. No consuma bebidas enlatadas, como jugos, refrescos o cerveza, envasadas en recipientes de Aluminio. Siempre use, en lo posible, agua mineral de marcas reconocidas o incorpore filtros de carbón activado para depurar el agua corriente previo a su uso.
CARNES
ACEITES
LÁCTEOS
PRODUCTOS DE PANADERÍA Y CONFITERÍA
SALSAS
VERDURAS Y FRUTAS
PASTAS
BEBIDAS
¿DIET O LIGHT?
Uno de los aspectos más confusos –quizás deliberadamente confusos- que componen la estrategia de venta de las compañías productoras de alimentos, son las denominaciones de Diet o Light para sus productos. Así, se ofrecen gran cantidad de comidas, golosinas y bebidas bajo estos rótulos que no resultan suficientemente esclarecidos para el público, que tiene la tendencia a aceptarlos como términos sinónimos e intercambiables.
Por regla general, un producto Diet sería aquel que tiene un contenido reducido en calorías; es decir, que podría ser incorporado en una dieta determinada, como su nombre lo indica. Desde el punto de vista de la reducción de peso sería más útil que otro Light.
Un producto Light, como señala su traducción del inglés, es un producto liviano. Esta última denominación es aún más oscura, porque no se sabe a ciencia cierta en qué cosa es más liviano; si están sus componentes más diluidos, en menor cantidad o contiene menos carbohidratos o grasas. En el mercado existen muy pocos productos auténticamente Light, con la honrosa excepción de algunas mayonesas, en las cuales se ha sustituido parte de los huevos por zanahorias hervidas, desmenuzadas y emulsionadas o con carragenanos obtenidos de algas marinas. Algo similar sucede con algunas mermeladas, en las que se han sustituido la glucosa o azúcar por fructosa, llamada también azúcar de fruta. Por ello, antes de su compra, deberían evaluarse simultáneamente los otros componentes y leer cuidadosamente las etiquetas. Por ejemplo: la leyenda sin colesterol, que es utilizada discrecionalmente por los productores, desde una golosina a un aceite de mesa, responde, en realidad, a una idea-trampa comercial, porque ningún producto graso de origen vegetal (aceites) tiene colesterol. El colesterol es exclusivamente un componente de las grasas animales. Pero si se trata de aceites vegetales hidrogenados, como vimos anteriormente, son químicamente grasas saturadas, tan perjudiciales como el colesterol. Por ejemplo: los chocolates Diet tienen un contenido de grasas saturadas más elevado que los chocolates originales.
Muchas veces, en caso de tratarse de productos dulces, la reducción de calorías se logra con la sustitución del azúcar por edulcorantes artificiales, como la sacarina, los ciclamatos, el aspartamo y el Acesulfame K (sustancias muy dañinas, absolutamente prohibidas en toda Europa, Japón y parcialmente en EE.UU, que excluye de esa prohibición al Aspartamo, probablemente la droga más peligrosa de todas, dado que es neurotóxica), aunque en numerosas ocasiones esta sustitución es solamente parcial, porque es difícil lograr eliminar completamente el sabor metálico que estas sustancias confieren al producto final, de forma que se les adicionan productos con denominaciones no tan explícitas, tales como: malto-dextrina, miel refinada, jarabe de maíz, glucosa, dextrosa, sacarosa, etc, que son todos hidratos de carbono simples, de modo que la reducción de calorías es casi insignificante o inexistente. Ejemplificando: las golosinas Diet –entre ellas, los alfajores o barritas de cereales con chocolate- no aportan una reducción significativa de calorías, lo mismo que sucede con el dulce de leche Diet, por lo que comer estos productos conduce a idénticos resultados negativos que consumir los productos originales que se deberían eliminar de la dieta.
En resumen: busque saciar su apetencia de dulces con productos naturales, como las frutas. En las infusiones que beba, reemplace con moderación el azúcar por fructosa o Stevia rebaudiana (hierba dulce o Kaá Hée), que siendo más dulces que el azúcar le significará una importante reducción de calorías.
4 – LOS COMPLEMENTOS DIETARIOS
El sobrepeso y la obesidad se verifican en términos de proceso, mediante un incremento más o menos constante a través del tiempo y en forma de pequeños aumentos. Nadie engorda repentinamente. Es un proceso pausado y sostenido, producido por consumir más calorías que las requeridas en base a su actividad física, modalidad de vida y gustos personales. Es, en definitiva, un resultado casi permanentemente positivo en el balance energético. Recuerde que la acumulación de grasa no está condicionada por sus genes: el peso adquirido depende casi exclusivamente de su estilo de vida. La grasa se acumula en el cuerpo a un ritmo aproximado de unos 30 gramos por día. En un mes se habrá incrementado el peso en aproximadamente 1 Kg.; en un año ello significará unos 10 Kg o más de sobrepeso, en tanto se siga con el mismo ritmo de ingesta. Como hemos mencionado anteriormente, y recordando, el cuerpo corrige lentamente hacia arriba el punto de obesidad.
La reducción de peso, de igual forma, debe seguir el mismo proceso, pero inverso. Pierda grasa pero muy despacio. No se espere perder muchos kilos por mes, como muestran las pastillas milagrosas de la TV, porque ello sólo es posible en base a perder musculatura –que tiene mayor peso que las grasas- de forma que así se habrá eliminado el único medio que posibilita consumir el tejido adiposo. Simultáneamente, se habrán disparado los mecanismos de alerta mencionados cuando sólo se han consumido algunos pocos gramos de grasa, de modo que habrá un doble efecto negativo: la reducción de músculos y un aumento de las grasas almacenadas, aunque la balanza registre una disminución. La pérdida de peso ficticia y circunstancial así lograda será entonces sólo un hecho episódico, un equilibrio inestable, que no podrá ser sostenido en el tiempo, porque cualquier alteración en la dieta conducirá a la rápida recuperación del peso anterior (efecto rebote o yo-yo).
Una reducción paulatina será la mejor estrategia, siempre obtenida en base a un incremento de la ejercitación y a una reeducación dietaria. La reducción calórica no debería ser superior al 20 % de la ingesta anterior, porque de otro modo se pondrán en marcha los mecanismos de alerta. Esta estrategia le significará reducir aproximadamente unos 230 a 250 gramos semanales; es decir, de 920 g. a 1.000 g. mensuales. Este es el nivel máximo que el cuerpo puede perder sin alterar los sistemas de defensa citados. En el mismo orden, el cuerpo irá corrigiendo paulatinamente hacia abajo el denominado punto de obesidad.
Todos estos procesos descritos acerca de las dietas y el programa de ejercicios concomitantes podrán ser acompañados y optimizados, pero no suplantados, por algunas sustancias o preparados ad hoc.
El consumo de Complementos Dietarios resulta de suma importancia, porque con las nuevas restricciones dietarias y con el statu quo derivado de los hábitos anteriores, muchos de los nutrientes necesarios no alcanzarán a ser suministrados por los alimentos. Por ejemplo, para cubrir las necesidades de Vitamina C serían necesarias de 14 a 16 naranjas diarias, ó 2 Kg de salmón para satisfacer las de ácidos grasos esenciales. Los Complementos Dietarios también son importantes para minimizar el estrés que produce cualquier cambio en la forma de alimentación, especialmente cuando se acompaña con un incremento en la actividad física. Ellos deben coadyuvar al programa global de reducción de peso, aportando, a su vez, sustancias nutreicas, como vitaminas, aminoácidos, minerales, grasas benéficas, enzimas y antioxidantes que se encuentran comprometidas por el exceso de peso y la obesidad y que obstaculizan el funcionamiento orgánico adecuado, situación imprescindible de lograr para la obtención los mejores resultados.
Es por ello, que en nuestros Laboratorios se producen varios nutracéuticos, compuestos de sustancias naturales, con acción directa e indirecta sobre la desactivación del impulso de comer, el incremento sostenido de la masa muscular y la propiedad de emulsionar las grasas ingeridas, evitando depósitos ulteriores. Dentro de estos Complementos Dietarios se pueden citar:
Estos nutracéuticos están formulados para ser complementarios entre sí, aunque, no obstante, tienen una acción individual remarcable. Lógicamente, con la ingesta de dos o más productos, por esa misma complementariedad, se puede perfeccionar su espectro de actividad, optimizando el tratamiento.
Todos los productos están formulados en base a sustancias naturales, no existiendo contraindicaciones conocidas ni antagonismos con otros medicamentos de la medicina tradicional. No se registran posibilidades de sobredosis, aún en cantidades 5 a 10 veces mayores a las aconsejadas en la posología. Pueden ser administrados libremente desde la niñez a la ancianidad. Su única contraindicación se limita a las reacciones alérgicas comprobadas hacia alguno de sus componentes.
Debe recordarse, no obstante, que cualquier Complemento Dietario resultaría insuficiente por sí mismo si no se ejercitan simultáneamente las recomendaciones antedichas y si ellas no se imbrican en un programa de alimentación y actividad física diseñado por especialistas médicos. Un nutracéutico no es un pasaporte al exceso, sino una ayuda importante para mejorar su perfil alimentario, aportando sustancias que perfeccionan su base orgánica para que los cambios metabólicos se realicen con mayor eficacia, y para optimizar los mecanismos bioquímicos internos que se encuentran alterados y que no pueden ser administrados y corregidos por la dieta. Así también, incorporarán otros principios que permiten actuar al propio organismo en potenciar el proceso de eliminación de las partículas oxidantes.
Estos nutracéuticos pueden actuar individual o en conjunto para la consecución del objetivo buscado, no existiendo contraindicaciones para su uso simultáneo. Por el contrario, por la sinergia propia de su formulación, existe una mejora sustancial de la acción individual de cada uno de ellos, al ser ampliada la base nutritiva de las microalgas Spirulina, común denominador de todos ¨2005
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NECESIDADES DIARIAS DE GRASAS
El total de grasas (lípidos) a consumir en la dieta para un individuo excedido de peso no debería ser superior al 20 % del total de las necesidades energéticas diarias. De este total, las grasas saturadas –de origen animal o las derivadas de la hidrogenación de aceites– no deberían sobrepasar el 10 %, siendo el restante porcentaje dividido en partes iguales entre las grasas monoinsaturadas (5%), mayormente provenientes del aceite de oliva, y las grasas poliinsaturadas (5%) derivadas de los aceites de semillas de uva o frutos secos (almendras principalmente, semillas de girasol, nueces y castañas que no hayan sido tostadas). Existen, además, otras necesidades de lípidos que deben estar en la dieta en cantidades pequeñas, tales como el ácido linoleico y el linolénico, que si no se suministran adecuadamente producen enfermedades y deficiencias hormonales. Estos ácidos son denominados ácidos grasos esenciales o ácidos grasos omega 3 (ω-3), omega 6 (ω-6) y omega 9 (w-9), que son provistos por el consumo de pescados grasos o por las microalgas Spirulina con aceites de prímula o borage de los complementos dietarios.
Un consumo mayor de grasas que las proporciones mencionadas, conduce inexorablemente al sobrepeso, dado que las grasas aportan más del doble de calorías que los hidratos de carbono. Si se reducen éstos, el organismo consumirá la grasa acumulada para realizar las actividades físicas que establece el programa. Guardar la proporción entre los diferentes tipos de grasas a consumir, sin superar el balance energético que establece la dieta establecida, más asegurar al organismo una dotación suficiente de sustancias antioxidantes, resulta vital para evitar los accidentes cardiovasculares, como la ateroesclerosis, la arteriosclerosis, los infartos al miocardio o las embolias. ♦
Fecha de primera publicación: 22-10-2005